http://www.rebelion.org/noticia.php?id=74294
En estos días y los que quedan, “la crisis” del sistema financiero
parece haber tomado el espacio público, o mejor dicho, el publicado. Se
habla de la crisis del capital, de la cual se temen las consecuencias
que los distintos gobiernos tratan de amortiguar. Igual de importante,
al menos para el análisis político y social, es hablar de la crisis del
trabajo. Con esto no me refiero a hacer una valoración melancólica del
proletariado revolucionario, sino a llevar a cabo un análisis de lo que
quizá sea sintomático de las transformaciones socio-políticas
contemporáneas. Tenemos crisis del capital financiero por doquier, pero
no estamos saturados, ni comprometidos en huelgas generales, ni
consignas revolucionarias… ni siquiera parece que el sistema de
producción capitalista sufra muchas críticas. Como demuestra el artículo
de Chris Bambery ( http://www.rebelion.org/noticia.php?id=74138 )
, incluso los sindicatos en tal coyuntura apoyan medidas pro
crecimiento económico: “algunos alegan abiertamente que una recesión
significa que no se puede luchar o ni siquiera resistir en cuestiones
salariales”. “Estos compromisos que sus predecesores hicieron a mediados
de los 70” ya habían destruido un “movimiento obrero vibrante”. Pero
ahora no hay si quiera movimiento de clase que destruir. Estas
transformaciones presentan un campo de análisis necesario para entender
la falta de una izquierda consistente que consiga en estos momentos
posicionarse críticamente por una transformación revolucionaria.
A principios de los noventa Andrés Bilbao, uno de los más lúcidos
sociólogos españoles, escribía a partir de una investigación sobre el
proceso de desestructuración de la clase obrera militante y las
transformaciones que había sufrido su discurso. Rescatar este análisis
tiene interés en el momento actual, a pesar de sus limitaciones
temporales, para indagar en los mecanismos políticos y económicos de
este proceso, y sobre todo, para entender el escenario político actual
en el que la crisis del capitalismo a gran escala carece de una
respuesta social.
Andrés Bilbao analizaba el proceso de
desestructuración de la clase obrera (entendido como la disolución del
discurso militante), y lo hacía combinando una exposición teórica sobre
las transformaciones sociales y económicas con la indagación sobre la
percepción y subjetividad de los propios trabajadores asalariados en
diferentes sectores. Para ello, contextualizaba las particularidades del
caso español en la dinámica global del sistema económico: comprendiendo
las reformas en el mercado laboral en función de la reestructuración
económica general. De esta forma, conjugaba la dimensión teórica y la
estadística, con la investigación de casos concretos analizando el
discurso de varios entrevistados.
El proceso de
desestructuración de la clase obrera se entiende en dos planos: por un
lado, en los cambios relativos a la nueva configuración del mercado de
trabajo, las regulaciones del derecho del trabajo y las condiciones del
empleo; y por otro lado, en la transformación de la subjetividad
política: el fin de la identificación de los trabajadores asalariados
como clase obrera (con el contenido político que ello implica). De
acuerdo con el autor, la desestructuración de la clase como categoría
política es paralela a la reestructuración económica que responde a la
lógica de acumulación de capital: esto conlleva la desarticulación del
antagonismo de clase que negaba la naturalidad del orden existente.
Durante la década de los noventa estos cambios han ido evolucionando
según las líneas que analizaba A. Bilbao en base a las necesidades del
proceso de acumulación. El empleo asalariado industrial en los países
desarrollados disminuye, a la vez que incrementa las condiciones
precarias en el trabajo cualificado, aumentando el empleo temporal, e
incorporando nuevos sujetos como jóvenes, mujeres y migrantes. Esto, en
un proceso de segmentación del trabajo que se refleja en la desconexión
de las luchas sociales. Ya en la huelga general de 1988 Andrés Bilbao
comprueba cómo el discurso militante obrero se entrelaza con el discurso
ciudadano. Casi veinte años más tarde, en la coyuntura de una crisis
del sistema financiero actual parece que el discurso ciudadano ha
relevado casi al discurso obrero, a penas latente.
La
investigación de Andrés explicaba el descenso de la conflictividad
social y la despolitización del discurso político. La investigación
llevada a cabo se situaba en el momento en el que se dan los síntomas de
la despolitización social a través del cese progresivo del conflicto
colectivo. A. Bilbao indagaba en las subjetividades políticas de
asalariados para analizar las reminiscencias del discurso militante y la
emergencia del ciudadano en el proceso doble de desarticulación de la
clase obrera y las transformaciones en el mercado laboral
El mundo con clases sociales y el mundo sin clases: dos clases de mundo.
El concepto de clase social y su estudio desde la sociología conlleva
una problemática histórica en torno a su ontología. El debate se ha
movido generalmente en torno a dos posiciones, la primera la que
consideraba la clase social como una realidad sustantiva (que puede ser
estudiada objetivamente), la segunda la que la entendía como una
construcción teórica del sociólogo para la comprensión de la realidad
tanto material como subjetiva. Cabría decir que en cuanto a realidad
objetiva se han dado dos tendencias en debate, pero que según A. Bilbao,
ambas parten de la premisa de la existencia de la clase como realidad,
no como categoría sociológica, a pesar de sus discrepancias. Por un lado
tenemos los que han considerado que las clases sociales son
consecuencia de las relaciones materiales dentro de la estructura
social. Por otro lado, están los que consideran que la subjetividad y
percepción de los individuos es lo que configura la clase social.
La clase como tipo ideal en la ciencia social es el resultado de las
características en las cuales el sociólogo basa su categorización. Según
Andrés Bilbao la teoría clásica, tanto la economía política clásica
como el marxismo tradicional han considerado a las clases sociales como
realidades sustantivas en las que se distinguen tres momentos: la
posición en el proceso de producción en cuanto a la propiedad (la fuente
de ingresos: salario, renta, capital), las relaciones sociales, y los
intereses objetivos que se corresponden con la clase social y la
conciencia político-social. Este análisis de lo social en base a la
pertenencia a una clase se corresponde con un mundo en el que las
relaciones sociales y políticas se conciben en función de la clase
social. En este sentido, la clase social articula la vivencia personal
con las condiciones sociales de la interacción colectiva.
Andrés Bilbao introduce un elemento esencial para la comprensión de la
importancia de la desestructuración de la clase obrera en la actualidad,
y sus consecuencias en la esfera política. Según su criterio, la clase
obrera es también una categoría política, en tanto que históricamente se
corresponde con una construcción política. Entender esta dimensión de
la clase obrera es primordial para comprender la funcionalidad de su
desestructuración para la continuidad del orden existente. La clase
obrera no es simplemente una categoría sociológica sino que se
corresponde con una realidad subjetiva de una opción política basada en
la posición en las relaciones de clase. Es una realidad histórica en la
que las relaciones sociales se concebían en términos de intereses de
clase. La opción política es una prolongación del conflicto social: lo
político se caracteriza por el antagonismo de clases. La interpretación
de las posiciones relacionales en el espacio social contemporáneo no se
corresponde con este esquema. Son más complejas puesto que los factores
culturales, sociales, económicos y simbólicos intervienen de forma más
ininteligible en la percepción de la posición en relación con otras
clases. Y esto tiene sus consecuencias en la coherencia de la
construcción del discurso político, la falta una relación de las
diferentes esferas sociales en la narrativa vital. Esto puede traduciría
en la falta de movilización ante las medidas fiscales que se toman
estos días; las apariencias como si nada pasara a pesar de que los
contribuyentes (a los que se alude siempre como “los ciudadanos”)
afrontarán los costes del entramado financiero.
La sociología a
partir de los años 60 y 70 va abandonando la categoría de clase social
para sustituirla por el concepto de individuo (paralelamente a la
desarticulación del discurso militante). Así se alimenta una
fragmentación de la clase obrera que influye en el análisis sociológico:
En lo social pasa a ser un agregado de individuos que se relacionan en
el mercado, en la política es el ciudadano y en el proceso de trabajo es
el trabajador perteneciente a la fuerza de trabajo. Como consecuencia,
el objeto de estudio en la sociología será el individuo. La clase social
pasa a un segundo plano, o a una mera revisión histórica, y es
sustituida por el concepto de ciudadano y el de movimiento social.
El abandono paulatino desde las instancias intelectuales de la
categoría clase social que suponía una comprensión extensa de lo social
es paralelo al cese de la subjetividad obrera como categoría política.
Según nos muestra el libro Obreros y Ciudadanos de A. Bilbao, en
los discursos de los trabajadores conviven elementos del discurso
militante con otros del individuo. La relevancia de este análisis para
las ciencias sociales está en la comprensión del cese de la expresión
colectiva que cuestione la naturalización de las relaciones sociales
contemporáneas y la acción política que amenace su continuidad. [1]
El riesgo de las ciencias sociales está en permanecer en el análisis de
las subjetividades políticas sin profundizar en la estructura social y
el proceso de cambio subjetivo. La desaparición de la clase obrera como
construcción histórico-política es paralela al auge de nuevas
identidades políticas que no se corresponden con la situación en el
sistema productivo. Sin embargo, la línea que relaciona la posición
material en las relaciones laborales-económicas con las demandas
políticas se ha quebrado. Lo que A. Bilbao evidenció con su análisis es
que esta desarticulación está lejos de corresponderse con el final del
malestar relacionado con el trabajo y con el final de la desigualdad y
explotación en el empleo.
De acuerdo con sus palabras, las
consecuencias de este proceso son alarmantes no sólo desde una visión de
la estrategia política, sino desde las ciencias sociales. Estas, que
deberían cuestionar el orden de las relaciones de poder simbólico (que
dan sentido al mundo y mantienen las relaciones asimétricas de dominio)
deberían alarmarse por la falta de un discurso que en esta coyuntura
política y económica fuera capaz de independizarse políticamente del
capital. Deberían alarmarse ante la falta de acción política contra la
injusticia y desigualdad, que estos días queda, si cabe, más al
descubierto
Discurso militante y discurso desestructurado.
El discurso militante proviene de la ideología obrera (de la conciencia de clase [2] ),
es decir, de una cosmovisión que considera las relaciones del sistema
capitalista como relaciones de explotación entre clases. Por ello, el
interés individual se identifica con el interés colectivo de clase. La
visión crítica del mundo social proviene de una racionalización de las
condiciones de explotación que se proyecta como una alternativa
política. Este discurso busca la integración material a través de la
disolución del antagonismo. Mediante este discurso el obrero articula su
experiencia social negativa con la praxis política.
Sin
embargo, el discurso desestructurado que domina hoy, percibe las
condiciones económicas y las relaciones laborales como ajenas a la
actividad política. La experiencia en las relaciones económicas es
considerada como una materialidad física ajena a la ideología y práctica
política. La visión negativa de las relaciones laborales puede darse,
pero no se traduce en acción política. El malestar social no conlleva
una posición crítica y subversiva, la sociedad se concibe en términos
positivos, sin oposiciones colectivas. El individuo se enfrenta sólo y
desamparado a las relaciones sociales, en las que se ocupa de buscar su
propio interés dentro de las condiciones de lo posible, que no tiene una
correspondencia normativa con un interés colectivo en busca de la
justicia social .
El discurso desestructurado supone la
integración por consenso. El orden social es aceptado como inevitable,
por lo que la experiencia material no implica una actitud política
negativa,” la integración es por ello ideológica, no material”. En el
momento en el que A. Bilbao llevó a cabo el trabajo de campo y la
investigación del proceso de reestructuración económica, se encontraron
discursos superpuestos de estos dos tipos ideales de discursos. En esos
momentos los discursos se correspondían además con las condiciones de
trabajo y las formas de empleo. Según Bibao, los sectores dónde había
cambios en la temporalidad del trabajo y las condiciones de
precarización relacionadas con la reestructuración económica se
correspondían con preeminencia cuantitativa y cualitativa de discursos
ciudadanos y viceversa.
Según esta tendencia que encontraba el
autor en los 90 podemos esperar que actualmente predomine el discurso
ciudadano. El malestar y el desinterés por el trabajo que puede formar
parte de la narración del ciudadano, no se articula políticamente. Los
trabajos temporales, la baja remuneración, las condiciones infrahumanas
incluso en trabajos cualificados, y otras circunstancias, pueden
configurar la negatividad en torno al trabajo y la actividad laboral.
Sin embargo, esta potencialidad, no se traduce en una negación del
sistema de producción, ni se cuestiona el paradigma desarrollista y de
bienestar social. Estos días de crisis del capital, incluso las demandas
e intervenciones de la izquierda y los sindicatos están más cercanas al
discurso del ciudadano que al discurso del obrero.
Desde el punto de vista normativo y ontológico no creo que para A.
Bilbao la clase obrera fuera el único sujeto político capaz de negar el
orden existente en acción colectiva. Sin embargo, atendiendo al enfoque
histórico de su trabajo, la desarticulación de la clase obrera es síntoma de y consecuencia de
la hegemonía de nuevos sujetos (individuos ciudadanos) con limitaciones
como categoría política subversiva. Probablemente no deberíamos ver
esto como una imposibilidad ontológica de emergencia de otros sujetos
políticos que articulen otras formas de resistencia en aras de la
emancipación social; pero sería necesario la emergencia de sujetos
colectivos que superaran los límites de los discursos obreros y a su vez
subvirtieran la condición política del ciudadano.
* Cristina Catalina es Estudiante de CC. Políticas y Sociología en la Universidad Complutense de Madrid
Referencias bibliográficas de A. Bilbao
- Andrés BILBAO, Obreros y ciudadanos. Ed. Trotta. 1995. Madrid.
- Andrés BILBAO, La economía como norma social, en Cuadernos de Relaciones laborales, Nº16. Págs. 37-58. ISSN 1131-8635
- Andrés BILBAO. La crítica del discurso económico, en Cuadernos de Relaciones laborales, Nº16. Págs. 9-11. ISSN 1131-8635 - Andrés BILBAO Trabajo, empleo y puesto de trabajo. En revista Población y sociedad. Nº34. Págs. 69-82. 200.
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