jueves, 15 de marzo de 2012

Un poco más de opio, por favor...



El fútbol es el precursor contemporáneo de las lovemarks. Eres de un equipo y ya no eres de todos los demás. Se presupone el amor incondicional, el deseo sacrificado en la fe hacia unos colores, la devoción irracional y el desgaste económico que tiene el seguidismo salvaje allá donde se vaya a aparecer la virgen del delantero con los milagros de los goles.

Aquellos que viven como fervientes yonkis de los viajes en autobús para desgastar las gargantas durante 90 minutos de ceremonial necesitan su droga en forma de minuto y resultado. Discuten sobre las tablas de la verdad de antiguos triunfos y se congregan en sínodos contemporáneos al abrigo de discusiones estériles sobre el doble pivote o el rombo en el centro del campo.

No importan, en esos momentos de exaltación, las bajadas de salarios, la disfunción eréctil, la prima de riesgo de la deuda o que el embrague del coche cueste casi lo que vas a ganar en un mes.

No importa que alguien que ayer era un adolescente y ahora conduce un Lamborgini se orine sobre la austeridad que profesas para poder verle de lejos como si de una aparición mariana se tratase.

No importa que los clubes deban 752 millones de euros a hacienda, que los salarios rocen la indecencia o que las actividades globales de una ciudad o un pais se detengan si aquellos dioses, rodeados de gregarios con forma de santos, deciden ponerse sus pantalones cortos.

Podemos cerrar empresas y mandar a la calle a sus trabajadores cuando sus deudas son insostenibles. Podemos criticar a los altos ejecutivos, de esos que ponen sus títulos detras de su mesa para que veas las orlas de sus universidades, cuando se meten en el bolsillo de forma contractual más dinero que el producto interior bruto de un pais africano. Podemos, incluso, despedir a un trabajador por no acudir a su puesto de trabajo sin justificación alguna. Cerrar un bar que incumpla los horarios.

Podemos, incluso, pensar que la mayoría de los niños de los suburbios llevan puestas carísimas camisetas oficiales con el nombre de sus ídolos pagadas con la ayuda social que van a dejar de percibir sus progenitores.

Pero cuando aquello pasa de ser una empresa cualquiera a ese irracional poder omnipotente de un club con historia, honor, museo de trofeos y tienda de regalos... entonces parece que se lo perdonamos todo. Será que pensamos que en algún momento dejaron de ser humanos.

Discúlpenme, porque no me parece justo.

Aupa Athletic.


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