La fábrica de Foxconn en Shenzhen, China -leo en Expansión-, es un complejo amurallado de tres kilómetros cuadrados. Allí se ensamblan productos de Nokia, Hp, Sony, Nintendo y Apple, se trabaja 24 horas al día 365 días al año, en jornadas de hasta 16 horas más horas extra y con orden de silencio absoluto durante el trabajo. Diez empleados se suicidaron el año pasado. Entonces la compañía decidió sustituir parte de su fuerza laboral por robots y dejar de pagar las indemnizaciones a las familias de los suicidas.
Los individuos que en las revueltas de Inglaterra recogieron al herido del suelo y aprovecharon para robarle lo que llevaba en la mochila están enfermos, sí, como ha afirmado Cameron, enfermos por tener cosas, ansiosos por poseer lo que quiera que sea que pueda caer en sus manos, un portátil, un móvil de última generación, unas gafas de marca. Enfermos por aumentar sus posesiones, sus beneficios, igual de enfermos que las grandes corporaciones, movidas únicamente por el afán de lucro.
Según el documental de Michael Moore, The Big One, las grandes compañías responden con inquietante precisión al perfil de un psicópata. Se dice que son buenas porque crean empleo, generan desarrollo para el país. Qué empleo, qué desarrollo, si hacen zapatillas por 5 euros y en otro sitio pueden hacerlas por 4, se irán a ese lugar. Se olvida también lo que defraudan y tienen el campo libre para actuar a su antojo. Los gobiernos sacan los cañones de agua y blindan las ciudades de policías para atajar a los desgraciados bárbaros de los barrios pobres, pero no se hace nada contra el mismo violento afán que mueve a los poderosos amos de las multinacionales.
Las corporaciones no solo es que dominen el mundo, a nivel material, es que también transmiten su falta de moral, su ansia depredadora. Al fin y al cabo son el modelo a seguir: aumentar beneficios año tras año, eso es lo único que importa. Como Frankesteins creados por el hombre, campan a sus anchas completamente fuera de control, sus beneficios superan al PIB de muchos países, y desde esa posición dominan el mundo e imponen sus “valores”. No hay conciencia social que valga, ni ningún sentido de la solidaridad ni más afán que la acumulación y las ganancias. Tanto las corporaciones monstruosas como los monstruos individuales pasan por encima de los ciudadanos que caen al suelo –suicidados o no-.
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