http://www.huffingtonpost.es/javier-callejo/el-franquismo-vuelvo-desp_b_2503126.html
Desde el dibujo que hizo Freud de nuestro aparato psíquico y sus procesos, éste era fundamentalmente un dispositivo orgánico cuya principal función era reprimir nuestros deseos. Con los años, matizó el argumento e incluyó en lo reprimido al impulso de muerte y, por último, a Tánatos, en continua lucha con Eros. La violencia, las fuerzas sádicas o masoquistas, quedaban censuradas en esa estructura psíquica. Se señalaba lo oscuros que pueden ser nuestros deseos.
Los seguidores del fundador del psicoanálisis con una proyección más colectiva -como Fromm, Marcuse y otros miembros de la Escuela de Frankfurt- explicaron así los procesos autoritarios que vivió principalmente Europa durante buena parte del siglo XX. Desde tales explicaciones, el nacionalsocialismo y el fascismo encontraron una base subjetiva dispuesta a dispararse y se abrió la caja de los truenos. Y lo que es peor, nos avisaron que con el autoritarismo no se acaba con una guerra, puesto que lo portamos junto a nuestra burocrática racionalidad europea.
Las críticas y revisiones de todas estas teorías han sido numerosas. Las segundas llegan hasta los intelectuales de moda de nuestros días, como Žižek. Hay que reconocer su atractivo y su potencial heurístico. Sirven para explicar lo siniestro allí donde lo vemos y lo padecemos.
Tales teorías vienen aquí por razones algo diferentes, aunque igualmente siniestras. Para mostrar que lo reprimido vuelve en cuanto se le da ocasión y, en una parte de la derecha española, el franquismo es lo reprimido, el impulso de muerte contra la sociedad. Es lo que explica esa llamada derecha vergonzante. Se avergüenza de ese fantasma que siente que está ahí, dispuesto a saltarse las censuras. La vergüenza, ese sentimiento tan complejo, es el síntoma.
Otras veces, los síntomas aparecen en los términos utilizados, jamás inocentes. En una palabra como desafección. En el más puro estilo franquista, la "desafección al régimen" (franquista) tenía carácter de delito, con las más trágicas consecuencias para quien soportase la acusación, que, por otro lado, nadie podía quitarse de encima una vez recibida. Hasta la propia acusación era la condena. Pues bien, la palabra ha vuelto. Ha sido utilizada por la dirección de Telemadrid en los burofax en los que anuncia a cada uno de los trabajadores ser víctima del ERE, que ha llevado al paro a más de ochocientas personas.
Despedido por desafección, reza el escrito remitido a trabajadores de la cadena autonómica. Después de veinticinco años de dedicación profesional al ente. Tras superar dos oposiciones, asumir distintas responsabilidades y un esfuerzo en formación por estar al día, resulta que lo importante era el afecto al régimen. Los pocos que han quedado en la empresa pública, que están entre los más enchufados y los que más recientemente han llegado, mostraron su muy intenso afecto desde el primer día. Pusieron el listado de la afección al régimen muy alto. Es más, se siguen superando. Así, han recogido y amontonado en el pasillo los enseres de los despedidos, puesto que a éstos se les prohíbe la entrada para retirarlos. A los desafectos, como antes, ni la entrada, ni la vida. Se les niega todo, que para eso son el enemigo.
Les sale el franquismo por la boca o por la tinta del burofax con suma fluidez. Seguramente con gozo, como el que se experimenta cuando se desatan las pasiones. Y, además, su censura se relajó desde que los propios españoles les dieron las últimas mayorías absolutas en las elecciones. Ya no hay que disimular ni, mucho menos, reprimirse. Que después se llena uno de tics.
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