Jamás pensé que diría esto, pero es cierto, ¡no quiero que sea viernes! Me viene a la memoria los viernes de mi niñez. El timbre del colegio anunciando a media tarde el final de la larga semana, y el principio de todo un fin de semana para hacer las tareas propias de la infancia. Qué grandes recuerdos. También me viene a la memoria los magníficos viernes de mi adolescencia. Era el día más esperado, el día que daba rienda suelta a esas hormonas adolescentes ávidas de disfrutar de los placeres de la vida. Pero ahora es todo lo contrario.
Los viernes se han convertido para mí, y para muchos españoles, en un día trágico, es como si todos los viernes fueran viernes 13. Sólo de pensar en que llegue el mediodía y se anuncie la comparecencia de la insolente Vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, tras el Consejo de Ministros, con su habitual dosis de soberbia y laca, a mi cuerpo le entran los siete males. Me produce rabia esa media sonrisa de jugadora, y ganadora, de monopoly que siempre lleva consigo. Además flanqueada, como siempre, por los dos ministros de turno encargados de explicar, con los habituales eufemismos y medias verdades, los retrocesos en derechos y libertades de cada semana.
¿Qué toca este viernes? Quieren acabar con todo. Parece que esta vez todo apunta a que nos harán pagar por circular por las autovías. También se habla de la privatización de las líneas del AVE, y medidas urgentes en materia medioambiental, entre ellas la política del agua. Y para terminar seguro que cae alguna sorpresa de última hora, acabando por rematar otro viernes negro. Además está lo del disparate anunciado por los nacionalistas catalanes, con los que tanto aparentan discutir pero con los que tanto tiene en común, de cobrar cinco euros por pasar la noche en el hospital. Todo puede pasar.
Sí, ya sé que es lo que España eligió el pasado 20 de noviembre, y ahora hay que atenerse a las consecuencias. Pero no me negarán que ni yo, que no les voté, ni incluso los que engañados depositaron la papeleta del PP en la urna, merecemos este castigo del desmantelamiento del Estado de Bienestar por fascículos. Es como esa gota malaya que va cayendo ininterrumpidamente de una en una, y que acaba por torturar lentamente a la víctima. No lo merecemos, no, así que abandonemos pues la indiferencia, y luchemos por conseguir que los viernes vuelvan a ser lo que siempre fueron.
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