http://blogs.publico.es/otrasmiradas/297/protesten-forma-parte-del-guion/
En su última etapa intelectual, el sociólogo conservador Talcott
Parsons concibió un genial esquema para explicar el funcionamiento de
las sociedades. Parsons concibió la colectividad como un sistema con
distintas partes interaccionando entre sí: sus alumnos llamaron AGIL al
artilugio conceptual. Con este boceto se pretendía explicar cómo una
sociedad se mantenía estable y por qué procedimientos se producía en
ella el cambio.
AGIL describe una sociedad en la que el mundo de la empresa se
encarga de la adaptación al medio, “A”, los gobiernos tratan de
conseguir una serie de metas políticas y también económicas, “G”; todo
esto tiene lugar en un sistema legal que tendría las tareas de
integración de los ciudadanos “I”, bajo la influencia de una serie de
valores, de creencias y de actitudes de los miembros de la sociedad, que
serían sus patrones latentes de comportamiento “L”. Los cambios en las
áreas delimitadas por cada letra supondrían modificaciones en las demás
para mantener la sociedad adecuadamente cohesionada.
Si aplicamos este esquema a la realidad política, económica y social
española, nos podemos encontrar con un mundo de la empresa y un Gobierno
en interacción e intercambio constantes: los planes de rescate a la
banca, la negociación por el déficit de tarifa, las deducciones fiscales
a la vivienda… Los contactos son tan frecuentes entre “A” y “G” que a
veces confundimos las declaraciones del presidente del BBVA con las del
señor Ministro de Educación. Y no será casualidad, por tanto, que entre
un mundo y el otro se intercambien los personajes: la conocida como
“puerta giratoria” no es más que la grasa o el pegamento para mantener
las letras en consonancia. Por cierto, José Ignacio Wert, el titular
protagonista de los últimos recortes, fue director adjunto del señor
Francisco González al frente del Banco Bilbao Vizcaya Argentaria.
Pero, comprendidas la “A” y la “G”, no tenemos aún casi nada:
precisamente cuando más profundas se hacen las “reformas”, más se
endurece la ley contra las protestas y la “desobediencia civil” (“I”).
Pero esto no es suficiente: para que la estabilidad -en Parsons-, o la
dominación -para Marx- sean completas, necesitaríamos, por supuesto, el
“consenso” de los ciudadanos. Además de las leyes que nos mantienen en
nuestro sitio, es necesario que exista un número importante de canales
de radio, televisión, etc., que afirmen en su discurso prácticamente lo
mismo. De este modo, la subcultura que crea la tele, filtrada por las
redes sociales y familiares, machacada con las portadas periodísticas de
los kioskos, hace imposible imaginar una alternativa a lo que está
ocurriendo. Y lo que se define como real termina siéndolo, en sus
consecuencias…
Dicen que cuando una situación comienza a verse como evitable,
solucionable, se hace verdaderamente imposible de soportar. De que esto
no ocurra jamás se encargan todos los medios de persuasión y, de paso,
nosotros mismos como cómplices, conformando la “L” que cierra el sistema
y, de paso, el círculo. Se perpetúa así la estabilidad de la
inestabilidad, la cruel paradoja del contrato indefinidamente temporal
recientemente aprobado, la asunción estatal de las deudas bancarias,
empresariales y de las familias más ingenuas o engañadas. Se nos cierra
la puerta, se privatiza la realidad y nos mantenemos relativamente
contentos, viendo series, relajándonos en compañía o incluso simulando
indignación. Vence Parsons, como ya temían indirectamente desde la
Escuela de Frankfurt, y perdemos la mayoría de nosotros. Que este y
otros artículos críticos sean tachados de pesimistas y catastrofistas
forma también parte del guión, de esas actitudes y orientaciones de
valor que nos mantienen quietos, mientras siguen siendo otros los que
deciden sobre lo que más nos importa en la vida.
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