Da un poco de pena ver a un Gobierno tan
nuevo, y con tanta mayoría en el Parlamento, pedaleando en el vacío.
Pero no pasa nada. Es posible que en unos cuantos meses haya otro
Gobierno, de los llamados “técnicos”, formado por representantes de la
banca y tutelado desde Frankfurt. También es posible que ese otro
Gobierno dure lo que vaya a durar la unión monetaria europea. En fin, no
es aconsejable encariñarse ni con los gobernantes ni con el euro. Todo
parece efímero en estos momentos.
Quien lo desee puede, por supuesto,
creer que esta reforma del sector financiero es la buena. Hubo quien
creyó a Zapatero cuando dijo, antes de las penúltimas elecciones, que la
crisis era “materia opinable”, y cuando dijo después que la banca
española era “la más solvente del mundo”. Hubo quien creyó al propio Rajoy
cuando proclamó que no subiría impuestos y que todo se resolvería
devolviendo la confianza a los mercados. Y hasta hubo quien se tragó,
hace año y medio, las acciones de Bankia, ese modelo de solidez
compuesto por una Cajamadrid mangoneada (por todos, no solo por Esperanza Aguirre) y unas cuantas cajas valencianas. La confianza en el prójimo es siempre una virtud. Incluso cuando nos convierte en idiotas.
La banca española, quizá con la
excepción de los tres grandes (Santander, BBVA, La Caixa), no puede
provisionar sus créditos fallidos. Y el Estado, por más que lo intenta,
no puede regalar a la banca todo el dinero que necesita (50.000 millones
de euros ahora mismo, mucho más en poco tiempo) sin cargarse sus
compromisos europeos y caer en la insolvencia. Estado y banca sobreviven
apoyándose el uno al otro gracias a los créditos baratos del Banco
Central Europeo, que mantienen una falsa impresión de viabilidad. Sin
crecimiento y sin empleo nada es viable. Y sin devaluar brutalmente el
euro para subir temporalmente la inflación, cosa que no parece
entusiasmar a los alemanes, no puede haber crecimiento ni empleo.
Existía un cierto consenso en torno a la creencia de que era imposible hacerlo peor que el último Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.
¿Hasta en eso estábamos equivocados? Ahora tenemos un Gobierno que
anuncia nacionalizaciones bancarias con días de antelación, para que
inversores y depositantes puedan entrar en pánico y actuar en
consecuencia; que reforma de forma definitiva el sector financiero cada
dos viernes; que impone a los bancos una cobertura del 30% en los
créditos presuntamente sanos (a ver quién da una hipoteca bajo estas
condiciones); que prestará dinero al 10% a los bancos en dificultades
(¿de verdad creen que recuperarán esa pasta después de que la entidad
quiebre?); que se está cargando las prestaciones sociales a cambio de
nada.
Por favor, que la orquesta suba a
cubierta. Que los pasajeros de tercera, la gran mayoría de los
ciudadanos, recen lo que sepan. Y que quien pueda guarde en casa unos
dólares, para cuando el corralito.
Decir esto es de muy mal gusto, pero
como los medios de comunicación convencionales no pueden permitírselo
(porque también están endeudados hasta las cejas), se dice aquí: el
desastre ya ha empezado. Quien tenga afición por los momentos históricos
ha de permanecer atento, porque disfrutará como un enano.
Pronto estaremos donde Grecia. Más tarde
estaremos donde estuvo Argentina hace 12 años, cuando la dolarización
se fue al garete. Entretanto sobreviviremos, porque las hemos visto
peores. Y luego saldremos adelante. Tranquilos: es sólo una mala
temporada.
Enric González
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