Nacho Álvarez
El movimiento del 15M ha supuesto una auténtica irrupción en la vida política y social –más allá de la campaña electoral– de este país. Cientos de asambleas se han constituido a lo largo y ancho de la geografía ibérica, agrupando a miles de personas indignadas con la situación política actual. El descontento popular, avivado por las medidas desplegadas por el gobierno de Zapatero frente a la crisis, por la generalizada corrupción y por la extendida percepción de que las organizaciones políticas y sindicales que deberían representar los intereses de las clases trabajadoras han hecho dejación de su responsabilidad, hizo que tanto el 15 de Mayo como en jornadas posteriores miles de personas se agolpasen en las plazas y calles de este país al grito de “¡¡que no nos representan!!”.
El movimiento del 15M ha conseguido ya un gran éxito: revertir parcialmente el clima de desmovilización popular que se había instalado en buena parte de nuestra sociedad, y en particular entre los activistas de los movimientos sociales y entre muchos sindicalistas, una vez que se cierra –tras la firma del Acuerdo Económico y Social– el ciclo de movilización iniciado con la huelga general del 29-S. De nuevo, la rebeldía está en la calle. De nuevo, la protesta y el descontento –fraguados al calor del desempleo masivo, de los recortes sociales y salariales, de la precariedad laboral, de los desahucios y de los injustos rescates a unos bancos que siguen obteniendo ingentes beneficios– han tomado el espacio público.
La reflexión colectiva en torno a qué hacer, cómo canalizar dicho descontento y cómo articular un movimiento de protesta sostenido y masivo, ocupa ahora las plazas y calles de cientos de ciudades. En Madrid, el movimiento de la Puerta del Sol se ha organizado en distintas comisiones y grupos (política, medio ambiente, economía, educación, etc.), que durante estas semanas se han reunido a diario en multitudinarias asambleas en los aledaños de la plaza. La ilusión que se percibe todas las noches en la enorme asamblea de Sol –donde se vierte y debate el trabajo de los grupos– evidencia sin duda la sensación colectiva de poder popular, de potencia.
Además, el pasado sábado 28 de mayo, más de un centenar de asambleas –la mayoría muy multitudinarias– se extendieron a todos los barrios y pueblos de Madrid. Como una mancha de aceite, la protesta se expande. Miles de jóvenes –y no tan jóvenes– debaten intensamente en centenares de improvisados agoras sobre la situación política actual, sobre nuestros principales problemas y cómo superarlos. Conviven quienes desarrollan su primera andadura política con quienes acompañan con su experiencia.
Un movimiento de esta dimensión parece difícil que vaya a implosionar de forma tan espontanea cómo surgió. Desalojos policiales como el reciente de la Plaza Catalunya no sólo no parecen quebrarlo, sino que incluso refuerzan los lazos de solidaridad y pertenencia, y la vocación de permanencia de sus integrantes. No obstante, el propio movimiento, por sus características internas, comienza a enfrentarse ya, al menos en Madrid, a una serie de importantes desafíos. Conviene reflexionar sobre esos desafíos –entendiéndolos no tanto como problemas, sino como retos que se le plantean al movimiento– de forma que a partir de su propio debate sigamos alimentando la enorme potencialidad que tiene el movimiento del 15M. Algunos de estos desafíos son los tres siguientes:
Dotar de contenidos y propuestas al movimiento. ¿Cómo, cuándo y por qué? El movimiento no ha surgido a partir de una plataforma de reivindicaciones mínimas, sino en torno a una serie de consignas relativamente genéricas. Estas consignas iniciales han tenido una doble virtud: por un lado, han sabido recoger y canalizar muy bien el generalizado descontento popular y, por otro, han dado cabida a la heterogeneidad de los “diversos descontentos” que conviven en nuestra sociedad. Estas consignas apuntan además al corazón mismo del actual sistema político ( “¡no nos representan, por una democracia real ya!” ) No obstante, más allá de la virtud inicial de estas consignas, el movimiento necesita dotarse de contenidos propios. Más aún, el movimiento necesita consensuar reivindicaciones compartidas e impulsar algunas exigencias mínimas. Dicha necesidad no es externa al movimiento: no son los medios de comunicación –pese a su presión– los que verdaderamente la reclaman. Dicha necesidad es consustancial al propio movimiento: de ella depende su capacidad de estructuración y consolidación, su proyección pública, su potencial para seguir actuando como imán de tanta gente y sus posibilidades de supervivencia a medio plazo. Difícilmente pervivirán las asambleas actuales si la gente que se ha acercado a ellas no las ve como un instrumento útil para impulsar un cambio social. Difícilmente se sumará gente nueva al movimiento si esas propuestas de cambio no se debaten y difunden.
En Madrid, el movimiento ha dedicado –en sus distintos grupos y comisiones– las semanas posteriores al 15M a debatir precisamente sobre estas cuestiones: ¿qué contenidos pueden impulsar al movimiento, qué objetivos tenemos, cuáles son nuestras propuestas? Algunas de estas propuestas ya han trascendido públicamente, y los medios de comunicación se han hecho eco de ellas: 1) reforma electoral encaminada a una democracia más representativa y de proporcionalidad real; 2) lucha contra la corrupción mediante normas orientadas a una total transparencia política; 3) separación efectiva de los poderes públicos; y 4) creación de mecanismos de control ciudadano para la exigencia efectiva de responsabilidad política. Estas primeras exigencias apuntan en la dirección de la necesaria regeneración democrática de nuestro sistema político. Pueden ser un primer punto de apoyo para el movimiento. No obstante, el movimiento estaría seguramente sentenciándose si apuesta por quedarse únicamente en esos contenidos, referidos exclusivamente a cuestiones de orden electoral e institucional. La exigencia de “democracia real” debe ampliarse y profundizarse, incluyendo otros ámbitos de nuestra sociedad y otras instancias de poder. Así, otros contenidos –particularmente los contenidos sociales y económicos, sentidos por amplias capas de la población como el verdadero detonante de su descontento– deberían debatirse y consensuarse también en la asamblea general. La democracia también debe ser reivindicada en el terreno de la economía.
En este sentido, algunas exigencias mínimas se han ido apuntando ya en la asamblea de economía: prohibición de los despidos en empresas con beneficios; derogación de la reforma laboral y de la reforma de las pensiones (o sometimiento de dichas reformas a un referéndum vinculante); reforma fiscal progresiva y control del fraude fiscal, que haga que paguen más impuestos quienes más tienen; eliminación de los paraísos fiscales; parar la privatización de las cajas de ahorros, crear una banca pública al servicio de las necesidades sociales y nacionalizar los bancos rescatados; dación en pago de las viviendas desahuciadas y alquiler social garantizado; auditoría de la deuda y referéndum en caso de rescate de la economía española; reducción de la jornada laboral sin reducción salarial (como vía para reducir el desempleo masivo, impulsar una redistribución de la riqueza y facilitar la conciliación laboral así como el reparto del trabajo doméstico); implantación de impuestos globales orientados a generar un sistema redistributivo internacional.
La capacidad de que el movimiento discuta y debata sobre estos y otros puntos, los haga suyos, los exija y los difunda, determinará el hecho de que mucha gente –que lo observa con simpatía pero sin terminar de acercarse– participe y se sume a sus reivindicaciones. Evitará igualmente que quienes ahora forman parte del movimiento vayan abandonándolo por goteo ante su inanición. La urgencia por plantear una serie de exigencias mínimas no puede sin embargo asfixiar el necesario debate en la asamblea general, en los grupos y en las asambleas de barrios y pueblos, por lo que dicha urgencia deberá convivir con los tiempos de la elaboración colectiva y, ésta a su vez, ser consciente de dicha urgencia.
Estructurar, coordinar y extender el movimiento. Hasta ahora, el movimiento del 15M en Madrid se ha instalado en los aledaños de la Puerta del sol, en infinidad de asambleas diarias. La sostenibilidad en el tiempo de este tipo de organización presenta evidentes y grandes limitaciones: todos los que acudimos cotidianamente a las asambleas en Sol tenemos otros compromisos y obligaciones (laborales, familiares, personales…). Mucha gente vive lejos, y no se puede desplazar a diario. La propuesta de extender el movimiento, haciendo un llamamiento a la creación de asambleas en todos los barrios y pueblos de Madrid, ha sido un acierto (además de un éxito). Acercar el movimiento a la realidad cotidiana de la gente que lo integra (y a la de quien es susceptible de sumarse), supone facilitar y expandir el debate, la reflexión y las herramientas para canalizar la rebeldía. No obstante, el movimiento también es consciente de la importancia estratégica que juega la Puerta del Sol: el carácter masivo de las asambleas que allí se desarrollan, la sensación de poder colectivo que éstas infunden, y el propio capital simbólico que acumula la conquista de dicho espacio, hacen aconsejable que la extensión del movimiento a los barrios y pueblos conviva con el uso periódico de dicho espacio. Por ejemplo, llamar a que todos los días 15 de cada mes (o con mayor asiduidad) se convoque una gran asamblea general en Sol, seguirá alimentando esa sensación de poder popular y ese capital simbólico.
Una estructura organizada en torno a las asambleas de los barrios y pueblos, coordinadas entre sí por una coordinadora de asambleas, que llame periódicamente a tomar la plaza para realizar asambleas generales, y que mantenga (y alimente) las comisiones temáticas actuales (política, economía, medio ambiente, educación…), permitiría que el movimiento avance en su autoconstrucción y su consolidación. Sin duda, será también necesario que el movimiento 15M comience a coordinarse a escala estatal.
Especialmente atentos tendremos que estar con los posibles riesgos de burocratización y “autismo” de las estructuras del movimiento (visible a día de hoy en Sol en episodios puntuales), asegurando la necesaria rotatividad de coordinadores y portavoces de los distintos grupos, y la subordinación de las estructuras de “coordinación interna” y “comunicación” a las propias asambleas.
Por otro lado, las tareas de coordinación y extensión del movimiento podrían concretarse además en otros dos ejes de trabajo: en primer lugar, una de nuestras prioridades debería ser intentar conectar el movimiento con las diversas luchas que se despliegan en este momento en Madrid (lucha contra la privatización del Canal de Isabel II, protestas de los bomberos contra los recortes, huelga de las trabajadoras del Servicio de Ayuda a Domicilio, etc.). En segundo lugar, impulsar actos públicos y acciones concretas de protesta permitiría mantener la atención mediática sobre el movimiento. Un buen ejemplo en este sentido es la iniciativa propuesta por la plataforma Democracia Real Ya para el próximo 15 de junio, día en el que se intentará evitar el desahucio de una familia en el barrio de Tetuán.
La potencia de las asambleas, la intransigencia de los vetos. Hasta ahora, todas las asambleas se han dotado de un método de funcionamiento basado en el consenso. Este método se ha entendido como la búsqueda del acuerdo general de todos los participantes en las asambleas para aprobar los puntos que en cada momento se discuten. Es decir, si alguien, aunque sea una persona, está en contra de que se apruebe un determinado punto en una asamblea, ésta puede bloquear dicha aprobación. El derecho a discrepar y a expresar el disenso, incluso el más minoritario, constituye por tanto un importante activo del movimiento. Aunque este método pudiera parecer imposible de gestionar en asambleas tan multitudinarias, ha resultado de enorme utilidad al movimiento hasta el momento: las decisiones que se han adoptado –muchas de ellas de importante calado– cuentan sin duda con un enorme apoyo de las asambleas.
No obstante, este método tiene evidentes limitaciones, y conviene que estemos persuadidos de ellas: su aplicación se basa en un principio de respeto y autocontención por parte de los participantes en la asamblea para reconocer cuando su posición está en franca minoría y, con ello, evitar bloquear una y otra vez posibles decisiones que cuentan con mayorías muy abrumadoras. Sin embargo, esta autocontención no siempre se da, por lo que la “dictadura” de los bloqueos (muy minoritarios en ocasiones) impide que el movimiento siga avanzando.
Apelar a la responsabilidad de quienes fuerzan dichos bloqueos no será suficiente en el futuro, evidentemente. Además, el desgaste y la frustración a que dicho método somete –especialmente a quien no está habituado al trabajo en asambleas, a quien se acerca por primera vez, o a quien no dispone de infinidad de horas para “competir” con quienes habitan permanentemente en la asamblea– puede resultar muy dañino para el movimiento. Tan poco inclusivo y respetuoso con las opiniones minoritarias puede resultar el rodillo aplastante de las mayorías que se deriva de forzar votaciones, como poco democrático pueden llegar a ser los vetos permanentes de minorías enrocadas. Entre todos y todas tendremos que saber encontrar un método –alguna suerte de representación democrática, supeditada a las asambleas– que permita avanzar en la resolución de ese desafío. En ese sentido, algunas propuestas bastante sensatas están siendo avanzadas por algunas comisiones y asambleas de barrio: entender el consenso como el acuerdo de 4/5 partes de la asamblea; u, otra opción, no confundir consenso con unanimidad, aceptando el disenso y su expresión pero evitando su bloqueo en tanto en cuanto dicho disenso sea minoritario y no haga cambiar de opinión a los restantes miembros de la asamblea.
Los desafíos planteados, y otros tantos que estarán por venir, no deben ser entendidos como una losa para el movimiento. Al contrario, constituyen un verdadero reto. El éxito de dicho movimiento, como se ha dicho, ya se ha conseguido: su objetivo inicial no era otro que expresar y visibilizar el descontento popular con un sistema político que no nos representa, así como con las medidas de recortes salariales y sociales impulsadas por el gobierno en contra de los intereses de la mayoría de la población. Pero queremos más. Como decía uno de los miles de carteles –desbordantes todos ellos de imaginación– que estas semanas han inundado la plaza, “ya tenemos el sol, ahora queremos la luna”. En nuestras manos está pelear porque dicho éxito se consolide y sirva para construir un movimiento popular que comience a impugnar el sistema económico y político actual, que sitúe las necesidades sociales por delante de los intereses de los mercados financieros y del capital. Porque nuestra salud, nuestra educación, nuestras pensiones, nuestro agua, nuestro futuro y nuestras vidas valen más que sus beneficios.
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