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No es blanco ni negro, sino todo lo contrario. Por aquí muchos bufan aliviados al verle alzar el brazo victorioso después de la reelección. Su contrincante parecía un déspota maníaco y racista, de esos que atribuyen la decadencia del Antiguo Egipto al mal gobierno de las dinastías del sur. Pero eso no tiene nada que ver, porque él no es blanco ni negro sino todo lo contrario. Su rostro parece una mezcla de todas las caras, de todos los rasgos faciales, raciales o no, que hay repartidos por el mundo, como si la noche del hawaiano, filtrada por la luz del sol naciente, manchara con una ligera capa de arcilla roja los zapatos de blanco satén que danzan sin freno sobre los parqués de un norte hambriento de mercados y cifras. Igual que en aquel vídeo de Michael Jackson.
Ese bufido de alivio expresa la conformidad del esclavo al verse en manos de un amo quizá más liviano y menos cruel de lo esperado, menos sádico y pesado de lo que podría haber llegado a ser el otro. Aquí hace tiempo que toda la maquinaria se puso en marcha con el único objetivo de volvernos cada día un poco más esclavos de lo que ya éramos ayer. Cada nueva generación nace más esclava que la anterior. La sistemática infiltración de la filosofía de empresa en el sector educativo no tiene otro objetivo más que ese, que cada nuevo ciudadano nazca, se críe y persevere en el deber de ser esclavo. Obedecer, servir y callar, encerrado en la cárcel de tu opaca conciencia desde niño. A la esclavitud del contrato en prácticas de los universitarios y de los contratos basura en general, la Generalitat quiere imponer ahora la asignatura de voluntariado en los institutos.
El voluntariado es el mecanismo posmoderno de captación de nuevos esclavos. Sobre esa base de gestión emocional se han levantado los supuestos grandes acontecimientos culturales y deportivos pergeñados en nuestro país a lo largo de las últimas décadas. Chanchullos políticos y enormes negocios de especulación económica e inmobiliaria que, además de diezmar el erario público, se llevaron a cabo sobre las espaldas de una ingente cantidad de jóvenes voluntarios.
Ese inicuo proceder, abonado y sobreexplotado por un sinfín de organizaciones supuestamente humanitarias, quiere inyectarse ahora a la sociedad en su conjunto, convirtiéndola en una enferma crónica que impone a los estudiantes la obligación de ofrecerse voluntarios.
Cada nuevo estudiante explotado bajo el régimen de prácticas o del voluntariado supone un puesto de trabajo que se le ahorra al estado o a los potentandos que medran a expensas del ciudadano. Una nueva religión que se apodera cada día de nuevas esferas de la vida civil a costa de vapulear las conciencias de la gente sin conciencia propia, cuando, en realidad, el asociacionismo debería encararse siempre a denunciar y enmendar los desmanes del estado y las instituciones, no a salvarles el culo.
El emperador del norte —coronado merced a la contribución de innumerables voluntarios que han recaudado fondos, haciendo efectiva su estrategia de propaganda—, a buen seguro aplaude esta zafia iniciativa.
Uno tiende a pensar que la solidaridad empieza por lo más cercano, que el diálogo y la cooperación debería iniciarse de manera natural con nuestros allegados, familiares y vecinos, cohesionando nuestro entorno, creando redes de comunicación, acción y reacción a nivel de calle y barrio… Lo que persigue el oenegismo y el voluntariado es bien distinto. Apadrinar entelequias, establecer nexos de dependencia entre seres atomizados en una unión que jamás podrá engendrar una red alternativa y correctora. En esa línea, el niño, anciano, pobre o enfermo socorrido cobra el papel de un animal de compañía, al que se mima y se cuida en los ratos libres, que nos da mucho amor y mucha ternura, casi más que las personas.
Ciertamente, conforme más os voy conociendo a vosotros, más quiero a mi gato y al resto de las bestias. La noche que vuelva Nerón, echadle la culpa a los chinos, gilipollas.
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