sábado, 3 de diciembre de 2011

¡Qué los parados aprendan de Bono!

http://blogs.publico.es/escudier/1018/que-los-parados-aprendan-de-bono/


La prestación media por desempleo en España es de 850 euros. Como la gente no hiberna estando en el paro ni reduce al mínimo sus constantes vitales, con ese capital muchas parejas con hijos han de afrontar el alquiler o la hipoteca, comer, pagar luz, agua, gas y teléfono –porque las ofertas de trabajo no se reciben por paloma mensajera-, vestir a los niños, sobre todo en invierno por si se constipan, comprar los libros del colegio, el chándal, arreglar la lavadora, que a veces se estropea, coger el autobús, que ya del coche ni hablamos, y, si sobra algo, jugar a la Bolsa.

A Bono, que sabe lo que cuesta llevar a casa un sueldo digno y ha hecho un modesto patrimonio, le parece que hay que revisar esto de los subsidios porque con estas cantidades y el clima tan benigno del que disfrutamos los parados se apoltronan y se acostumbran a vivir a la sopa boba, que no deja de ser un plato caliente. Insinúa el socialista que reduciendo el tiempo o la cuantía de lo que cobran, los cesantes del mercado laboral tendrían un incentivo para volver a ser productivos y no se embrutecerían viendo tanto fútbol en la TDT.

De lo anterior hay que deducir que sobran empleos, y que entre los cinco millones del INEM hay una legión de vagos o, en su defecto, mucho golfo que compatibiliza el subsidio con un trabajo en negro, con el que se enriquecen impunemente. Si Bono, que es un padre de la patria como Dios manda, se viera en el paro cobrando esos 850 euros aceptaría un trabajo de ocho horas en una centralita por 600 euros, para dar ejemplo y porque todos estamos llamados a combatir el desempleo. Y, por supuesto, jamás haría chapuzas bajo cuerda, algo de lo que sólo es culpable el trabajador que las acepta para variar de vez en cuando su dieta y no los empresarios, de ahí que el Gobierno les ofreciera hace unos meses una amnistía fiscal.

Está claro. No hay que subir el salario mínimo, que es de vergüenza, sino reducir la cuantía del paro, un lujo inasumible. Con esa sencilla receta arreglamos la crisis en un periquete y, de paso, acabamos con la molicie de los parados que tantos males nos causa.



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