martes, 29 de mayo de 2012

Cultura del esfuerzo. Me estoy quitando

 
 
Nos encontramos ante un período en que la palabra esfuerzo se ha convertido en el vocablo mágico, que igual sirve para fustigar a inmigrantes, que para cobrar, por segunda vez, servicios sanitarios a pensionistas. ¡Una bicoca, oiga!
 
Ciertos elementos humanos, o así, además añaden delante, cual si de un prefijo se tratara, la palabra cultura, cultura del esfuerzo; que uno se imagina a Cervantes levantando con su brazo lisiado una pesa mientras escribe la segunda parte de El Quijote con su mano buena (aunque todo tiene sus ventajas, pues igual, con el asesoramiento debido, este tipo de práctica le devuelve parte de su movilidad a su miembro afectado). La verdad que en este sentido estos fulanos no aportan nada nuevo. El uso de la palabra cultura antecediendo a otra palabra parece proporcionar un status de legitimidad o, al menos, de ser un proceso real, a lo que sigue a al citado vocablo. El ejemplo más claro de lo que digo es el famoso término, tan de boga hasta hace poco, cultura del pelotazo; que uno se imagina al propio Cervantes escribiendo las Novelas Ejemplares mientras golpea un balón con gran fuerza con cualquiera de sus pies (no hay reseña histórica que afirme que en Lepanto sus extremidades inferiores se vieron afectadas, por lo tanto dejo a la imaginación del lector con cual de ellas patea a la bola).


Uno, cuando escucha el tema de la cultura del esfuerzo, no sabe a ciencia cierta como tomarse el asunto, pues siente la tentación de tomárselo de una de estas dos maneras: como la del chiste de los vikingos o como la del opositor a notarías. La elección de una u otra se verá condicionada por variables tan "etéreas" como la cantidad de sexo habida con mi pareja en los últimos tiempos, lo mucho, muchísimo o más que me afecten los últimos recortes, lo traumatizado que esté por haber visto juntos los rostros de de Guindos y Soraya Sáez de Santamaría, por la tele...

Pero creo que me estoy enrollando en exceso y no he explicado aún la diferencia entre ambas visiones de la denominada cultura del esfuerzo y, supongo, que el lector tiene interés por conocer ambas perspectivas. Allá vamos.

La primera visión, la de chiste de los vikingos, se puede resumir a través del citado chiste, que es el siguiente: una persona se presenta a unas oposiciones con un temario muy amplio y este aspirante a trabajar para la administración sólo se sabe un tema: los vikingos. El día del examen el tema que deben completar los aspirantes es el de los Celtas. Nuestro amigo, que no tiene ni idea del asunto en cuestión, escribe: los celtas eran un pueblo europeo, como los vikingos y suelta todo el rollo sobre los vikingos. Resultado: suspenso. La persona en cuestión se presenta a varias convocatorias más, sabiéndose sólo el tema de los vikingos. En dichas convocatorias no tiene suerte con el tema y, obviamente, se carga la oposición. Por fin, tras muchas convocatorias, para regocijo de nuestro querido opositor, el tema a desarrollar son los vikingos, lo que provoca que nuestro protagonista muestre su júbilo de manera ostentosa, ante lo cual el tribunal le expulsa del examen. Vale, contado así no tiene gracia, pero con unas cervezas gana mucho.

 Pero... centrémonos y volvamos al tema. Este tipo de "cultura del esfuerzo" basada en la persistencia, que no en lo bien hecho, me recuerda a un montón de personas que pululan por este gobierno, y por otros anteriores del P.P. y el P.S.O.E., cuya trayectoria profesional, tanto en la empresa privada  y/o en la pública,  está jalonada de sonados fracasos, pero ellos persisten en acumular cargos, tanto en política como en la empresa privada (aunque a veces llegan a la misma como fruto de su "labor" en política), por si acaso sale el tema de los vikingos y sueña la flauta. El paradigma de este modelo podría ser Rodrigo Rato (creador de la burbuja inmobiliaria de este país, incapaz de ver la crisis que se avecinaba cuando dirigía el el F.M.I. y actual gestor del banco?, caja? española más afectada por la crisis bancaria, todo un logro), pero ¡ojo! que tipos como de Guindos, con una trayectoria de aciertos para echarse a temblar, Arenas, Óscar López del P.S.O.E. o Floriano del P.P., son también para mear y no echar gota. Sujetos que se presentan oposición tras oposición y si, como en el caso de Carlos Floriano, caen los vikingos a escribir y siempre al dictado. Esfuerzo, sí, por conservar un status.

La otra propuesta se basa en el modelo del opositor, una vez más un opositor, a notarías. Dicho modelo consiste en dejarte la vida, o una parte significativa en pos de un anhelo que, de conseguirlo, te va a solucionar el futuro. Desconozco si todos los que se preparan la oposición para notario consiguen su sueño, pero intuyo que no. Esta forma de entender la vida, perdiendo parte de ella para conseguir algo tiene un punto de reto si ese esfuerzo dura una, dos, tres o cuatro años y luego la situación se convierte en idílica, como pasaría si todos tuviéramos tras nuestro esfuerzo una notaría. Pero, por desgracia, estos fulanos no identifican la cultura del esfuerzo con algo a medio plazo, ni mucho menos. Su objetivo real, lo que se esconde tras esta estupidez conceptual, se puede resumir de la siguiente manera: trabajad mucho y los mejores seréis premiados, aunque no olvidéis que nuestros hijos, hermanos, cuñados, primos y colegas estarán siempre por delante de vosotros, por muy zotes que sean. Pero el trabajo duro se verá recompensado, porque nuestras pseudoleyes liberales, de corte calvinista, así lo dicen.

Como puede comprobar el lector todo un lujo y un despliegue intelectual el de estos tipos, que intentan encubrir su ineptitud, y la de sus ideas, que no teorías, con sandeces como esta de la cultura del esfuerzo. Además, viendo que la gran mayoría de las personas que presentan una repentina sialorrea (babean) cuando esgrimen esta soberana majadería de la cultura del esfuerzo en público como una verdad absoluta, son personajes caracterizados por emular a Lázaro de Tormes, medrar a cualquier precio se convierte en el motor de la existencia, queda claro que una cosa es predicar y otra dar trigo y estos predican mucho y mal, la gran mayoría son unos botarates, y lo de dar trigo tampoco lo llevan muy bien, en todo caso te lo quitan con cualquier excusa.

El esfuerzo, poco, mucho o regular, en primer lugar no se puede medir en modo alguno. Una persona puede ser muy brillante y con mucho menos esfuerzo rendir más que otro que sea un auténtico zote, pongan ustedes el nombre el político o pseudoperiodista que deseen. Sin embargo, el tipo con mayor dotación capacidad le sale mucho más rentable a cualquier empresa, administración... que el segundo.

En segundo lugar, lo del esfuerzo mayor o menor es una cuestión privada. Estos tipos, que tanto defienden la libertad individual (ya sabemos para que), sin embargo quieren imponer que todos sigamos un modelo basado en... en realidad basado en acatar sus disposiciones, que básicamente consisten en enriquecer aún más a los más ricos, para lo que los ciudadanos debemos trabajar más a cambio de menos. Curioso.



 
Cuando oigo hablar del cultura del esfuerzo, ese eufemismo, a personajes que ejercen de ministros y no conocen las leyes de su ramo, me entran ganas de hacer el esfuerzo de investigar en su árbol genealógico y luego irme con él al baño. Pero lo reconozco, la cultura del esfuerzo que intentan vendernos me la trae al pairo y no me enfrasco, cual mormón, en una densa investigación sobre predecesores y ancestros del personal, pues ello me llevaría a investigar como los genes recesivos y los dominantes portadores de ciertas características están causando una problemática bastante grande en la forma de vida de muchos países, debido a que sus líderes e ideólogos sufran las consecuencias poco deseables de recombinaciones de genes o directamente de la importancia de un gen o genes, que se transmiten inexorablemente a los descendientes.

Un saludo.



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